Estaba feliz. Acababa de conseguir "La Naranja Mecánica" en tapa dura, papel blanco y letra legible. Con dos amigos, A y G, nos disponíamos a fumar un cigarrillo de marihuana. Sí, marihuana. ¿Puedo nombrarla verdad?

Los tres caminábamos tranquilamente por la calle Rufino Torrico, exactamente en el cruce con Ilo, cerca a la avenida Nicolás de Piérola. G procedió a desmoñar. La calle estaba totalmente vacía, no pasaba ni una sola alma solitaria de esas que siempre hay en Lima. Cuando menos nos percatamos, una camioneta de serenazgo apareció tras de nosotros y escuchamos un saludo. 

Había un policía más alto que yo, de contextura atlética y de uniforme perfectamente planchado. Era escoltado por dos jóvenes de serenazgo. Al inicio se mostró como un hombre rígido y firme. 

A, que rara vez se queda callado ante situaciones como estas, empezó a informarle al policía Rojas que nosotros no estábamos fumando, que solo  armábamos. El policía Rojas no lo dejaba terminar ni una sola palabra. Al instante el glorioso policía Rojas, firme entidad de la ley, procedió a retener nuestros documentos de identidad y empezó a decir que nos llevaría a la comisaría, valga decir, con un tono desafiante y rígido, como buscando que asustarnos.

Sin ningún tipo de permiso u orden, el policía Rojas nos revisó las maletas a los tres. A mi compañero A le encontró marihuana y se la decomisó. A mi solo me encontró un pequeño cogollo. Todo esto ocurría al ritmo del policía Rojas, que no dejaba de repetir que nos llevaría a la comisaría y que llamaría a nuestros padres.

Los tres le informamos, de la manera más calmada posible, que eramos mayores de edad, que los tres trabajamos y que no tenemos antecedentes. Es más, yo les comenté como hace aproximadamente dos semanas me asaltaron en el mismo lugar donde ellos me habían detenido. Pero el policía Rojas no hacía caso. El solo insistía en llevarnos a la comisaría. A se exaltó y el policía lo cogió como si fuera un delincuente cualquiera, de esos que seguro estaban robando, y lo empujó al carro. "Maldito anormal malparido, me hiciste sudar", dijo el policía Rojas, arreglándose el cuello de aquel uniforme que le queda a la perfección.

G y yo subimos a la camioneta de una manera calmada. Y como era de esperarse, el policía le indicó al serenazgo que manejaba el carro que vaya lento. Y mucho más esperado fue la frase "ustedes saben como es". Como nosotros hicimos caso omiso a su propuesta, y nos amenazó con sembrarnos la cocaína que tenía guardada en la guantera. "Ustedes le hacen daño a la sociedad. No respetan. A la policía se le merece respeto".

Entre los tres logramos recolectar cinco soles. ¿Acaso pensabas que porque mis compañeros dijeron que estudiaban en universidades particulares pensaste que te llevarías más?  Pues salado cuñado. Nadie tenía dinero. Solo teníamos pasajes. Solo teníamos cuatro monedas de un sol y diez monedas de diez. ¿Pero creen que en ese momento al policía Rojas le tembló la mano? Claro, no le tembló la mano, pero sí la voz cuando le pregunté a que comisaría pertenece. "Soy de forense", me respondió.

Nos obligó a bajar rápido del carro, mientras comentaba que eso no alcanzaba ni para una gaseosa.  Me acuerdo como hablaba de respeto a la sociedad, de que si fumamos marihuana lo hagamos respetando a todos. Querido policía Rojas, ¿por qué me hablas de respeto si tu no respetas a la patria que dices servir y te vendes por cinco miserables soles? ¿Te lo dejas en el bolsillo o se lo das a tu superior para cubrir tu cuota diaria? ¿De verdad vas a notificar esa marihuana o la vas a guardar en tu guantera para sembrarla a algún otro que se cruce en tu camino? ¿O te lo vas a consumir, policía Rojas? Pues si te la vas a consumir no olvides de invitarle a tus escoltas, que tenían los ojos rojos y desorbitados.

Por eso quiero pedir un aplauso por policías Rojas C. que andan por ahí, respetando y protegiendo a todos. Gracias policía Rojas C. Por gente como usted es que el Perú no avanza.