Así es mi Lima criolla
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Hoy Lima está de fiesta, es su cumpleaños, y las guapas limeñas lucen su belleza y gracia en las playas del Sur, alejadas del embotellamiento de Javier Prado. Lima hoy cumple 479 años y entre todo el humo negro que dejan los buses obsoletos en la avenida Abancay, aún se puede reconocer (en la imaginación, claro está), a las tapadas limeñas caminando a paso ligero con el rosario en la mano en dirección a la iglesia de los mercedarios, donde el padre Urraca intenta escapar de la tentación.
Trato de imaginar a José Carlos Mariátegui paseando por la ciudad en su silla de ruedas, tratando de esquivar las combis para cruzar la avenida Venezuela, o a José María Eguren en el parque Kennedy tomándole fotos a san Martín de Porres, quien trata de alimentar a todos los gatos. O a un don Ricardo Palma, mendigando libros en la avenida Abancay, mientras que Miquita Villegas camina del brazo del virrey Amat mientras son captados por la cámara de algún diario chicha.
Me imagino qué pensaría mi bisabuelo, un hombre de la alta sociedad aristocrática limeña al ver que los hombres pasean por el Jirón de la Unión sin saco y corbata, o cuanto dolor sentiría al ver que ahora el Palais Concert ya no es un lugar de reunión, sino un lugar donde compras ropa producida en masa. “Jirón de la Unión, los de mis tiempos”, diría, y se iría horrorizado caminando hasta la Plaza San Martín para darse la sorpresa que ya no es lugar de reunión de caballeros, sino de jovencitos que contonean sus caderas en busca de amor pasajero.
Lima ha cambiado, para bien o para mal, no lo sabemos. Cada época tiene su gloria, y estoy seguro que cuando sea viejo pensaré que Lima era mejor en mi época de juventud, cuando salía de clases y me encontraba con mis amigos en el parque Washington para ir a comprar licor barato y embriagarnos por la urbanización Santa Beatriz, entre aquellas casas antiguas que albergaron a los más adinerados y que hoy albergan institutos superiores, cabinas de internet, hoteles y chifas.
A pesar que pasen los años, Lima no dejará de ser mágica. Vamos, porque hasta gris y desordenada, Lima tiene su gracia.